viernes, 23 de mayo de 2008

Lo que hay en Nada

En 2004, en una escapada a Palma de Mallorca, leí un libro que me envolvió en mi corta estancia en el archipiélago balear: Nada, de Carmen Laforet. Me cautivó y fascinó. A la vuelta a Barcelona, corrí a Internet a leer la vida de la escritora y, al introducir su nombre en un buscador, la noticia más reciente informaba de su fallecimiento en febrero de ese año.

Hace unos días tuve la ocasión de conocer a Agustín Cerezales Laforet, autor de Mi viajera o La paciencia de Juliette e hijo la autora de Nada. Le pregunté, en primer lugar, aquello que -según me precisó él- a su madre le atormentaba. ¿Hay en Nada elementos autobiográficos? Esa pregunta inevitable al lector por la curiosidad de conocer si Carmen vivió los tormentos de Andrea, que se desarrollan en la novela. Carmen Laforet lo negó públicamente. Y, sin embargo, los hay.

"Te voy a contar las claves de lectura de este libro", y en un paseo a lo largo de la calle Serrano, Agustín Cerezales me recordó que en el texto, Andrea, la protagonista, llegó a Barcelona antes de que su tía Angustias (personaje ficticio) pudiera ir a recogerla a la estación, por lo que, sola, tomó "uno de esos viejos coches de caballos" y recorrió "las anchas calles", atravesó "el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora". Se cita entonces, también, "todo estaba como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza".

No obstante, y en paralelo a esa leyenda, Cerezales rescató hace un año una carta que había escrito su madre antes de escribir Nada, la cual relataba su llegada a Barcelona: La tía Angustias (real) la cogió del brazo, la metió en un coche y la llevó al piso de la calle Aribau sin dejarle ver nada de Barcelona en los primeros días.

Mi segunda pregunta fue por qué ese título para la novela. A partir de aquí, antes de seguir con este relato de La maleta roja, recomiendo fervorosamente la lectura de Nada. ¿Por qué decidió llamarla así? En la última página está la respuesta: "Me marchaba [de Barcelona a Madrid] sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo del amor. De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces". Pero hay más, en una lectura pormenorizada, como la que he vuelto a hacer esta semana, descubres que esa palabra es recurrente en todo el libro: Nada... nada. ¡Nada!

Y porque ya no me quedaba mucho tiempo, no le pregunté nada más. Nada más. Pero no hizo falta. Cerezales siguió hablando como si ya nada pudiera detenerle. "Otra clave de la lectura -me explicó- es cuando Andrea se mira al espejo de su tía Angustias y no se reconoce, porque supuso en la realidad un impacto para ella".

Hoy los retazos de conciencia en Nada parecen todo para su familia. Si más no, algo muy especial que Carmen Laforet la escribiera con sólo 22 años. En este orden de cosas, la definición del carácter de Carmen -o de Andrea- podría ser muy otra: "Me gusta la gente con ese átomo de locura que hace que la existencia no sea monótona, aunque sean personas desgraciadas, como tú", le describe su mejor amiga (¿ficticia o real?) que la llevaría de Barcelona a Madrid.

6 comentarios:

Unknown dijo...

"Nada" más lejos de la realidad el decir que me ha enganchado esta reseña de la obra. Así que ahora, de camino para casa, paso por la biblioteca a ver si queda algún ejemplar disponible. Espero que la bibliotecaria no me diga "lo siento, no hay NADA...".
Jaume (Montcada i Reixac)

nahuiozomatl dijo...

Los autorres siempre niegan cualquier rastro autobiográfico en sus obras, pero creo que siempre lo hay. No se puede escribir (bien) sobre lo que no se conoce o se siente. Eso sí, yo que intento ser también autor lo se bien, no es correcto ni justo identificar totalmente al autor en sus personajes. En la ficción nos reflejamos a nosotros mismos, lo que hemos visto y vivido, pero también lo que nos gustaria haber visto, vivido, sido...

Unknown dijo...

Mi torpeza con el idioma me ha llevado a utilizar incorrectamente una expresión en mi anterior comentario cuando he escrito "Nada más lejos de la realidad...". Quería decir "Nada más CERCA de la realidad...". Por cierto, los dos ejemplares de la biblioteca ya están prestados. Lo dejo para más adelante...
Jaume (Montcada i Reixac)

Helena dijo...

dan ganas de leerlo,..que bueno es eso de conectar tanto con un libro que todo te resulte familiar y que luego eches tan de menos a los personajes... Y claro, a su escritora también...

En todos los libros de Benedetti,Sarmago, SAmpedro,Paul Auster, Sándor Marai,..las lecturas son viajes que se hacen de la mano de sus creadores...

La Gata Ciempiés dijo...

Nunca me he sentido atraída por este libro pero tal y como lo cuentas parece interesante... y entiendo que te sientas tan identificada.

Por cierto, ¿¿¿cómo es que conociste al tipo ese????

En fin, ya me dirás algo. Pásate por mi blog y déjame algun comentario, a ver qué te parece, je, je... ;-P

Molts petons, guapa! Que et vagi tot bé :-D

Anónimo dijo...

Creas escuela Marta. La selectividad ha sido esta semana, y en el examen de Lengua, el texto a comentar ha sido... un fragmento de Nada!

Es justo el momento de la novela en que Andrea está a punto de dejar Barcelona para irse a vivir a Madrid para realizar sus ilusiones.

Recuerda cómo un año antes sentía lo mismo al trasladarse del pueblo a Barcelona, pero allí no se habían cumplido sus expectativas:

No quise pensar más en lo que me rodeaba y me metí en la cama. La carta de Ena me había abierto, y esta vez de una manera real, los horizontes de la salvación.
"... Hay un trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea. Te permitirá vivir independiente y además asistir a las clases de la Universidad. Por el momento vivirás en casa, pero luego podrás escoger a tu gusto tu domicilio, ya no se trata de secuestrarte. Mamá está muy animada preparando tu habitación. Yo no duermo de alegría."
Era una carta larguísima en la que me contaba todas sus preocupaciones y esperanzas. Me decía que Jaime también iba a vivir aquel invierno en Madrid. Que había decidido, al fin, terminar la carrera y que luego se casarían.
No me podía dormir. Encontraba idiota sentir otra vez aquella ansiosa expectación que un año antes, en el pueblo, me hacía saltar de la cama cada media hora, temiendo perder el tren de las seis, y no podía evitarla. No tenía ahora las mismas ilusiones, pero aquella partida me emocionaba como una liberación. El padre de Ena, que había venido a Barcelona por unos días, a la mañana siguiente me vendría a recoger para que le acompañara en su viaje de vuelta a Madrid. Haríamos el viaje en su automóvil.
Estaba ya vestida cuando el chófer llamó discretamente a la puerta. La casa entera parecía silenciosa y dormida bajo la luz grisácea que entraba por los balcones. No me atreví a asomarme al cuarto de la abuela. No quería despertarla.
Bajé las escaleras despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así lo creía yo entonces.
De pie, al lado del largo automóvil negro, me esperaba el padre de Ena. Me tendió las manos en una bienvenida cordial. Se volvió al chófer para recomendarle no sé qué encargos. Luego me dijo:
- Comeremos en Zaragoza, pero antes tendremos un buen desayuno - se sonrió ampliamente-; le gustará el viaje, Andrea. Ya verá usted?
El aire de la mañana estimulaba. El suelo aparecía mojado con el rocío de la noche.
Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle de Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí.

Estela (Barcelona)