domingo, 18 de mayo de 2008

El sueño de Montserrat


Ahora me doy cuenta porque esta tarde al despertarme estaba tan cansada y me costaba tanto moverme con pasos oscilantes y sigilosos en el camino que conduce de mi habitación a la terraza. Ha sido por ese sueño, agudo y tan real, que nos empujaba a todos a lo más alto de la misteriosa montaña de Montserrat. Íbamos caminando deprisa, muy deprisa, bajo el auspicio de aquellos que pertenecían al centro excursionista El Cim y que se hacían llamar los amarillos por el color de las vestimentas que llevaban.

Era un sueño exuberante, sombrío e inconexo, como acostumbran a ser los sueños. Al principio, había rayos de luz solar y veía entre el gentío muchas caras conocidas de antaño y otras que se me escapaban al recuerdo. De repente, oscurecía y comenzaba a caer la lluvia, muy suave. Los caminantes querían saber qué hora era cada veinte minutos, y sumaban y restaban el tiempo a su antojo y nunca se conformaban porque querían que todo pasase más y más rápido.

En la larga noche se abría un juego de claroscuros y luces artificiales, linternas estridentes que te cegaban la mirada de un solo golpe. A su vez, relucía el impacto de una l
una en fase creciente, casi llena. –“¡483 y 558!”, gritaba un amarillo buscando a las personas portadoras de esos números de identificación en la marcha. “-¿Se han perdido?”, nos preguntábamos el resto del grupo mientras llenábamos el insaciante estómago. Y, otra vez, de golpe, nos veíamos abocados a ese caminar excesivo, subidas y bajadas, y amenaza de tormenta que, por suerte, no llegaba nunca.

Eran las cuatro de la madrugada. Estábamos a nueve grados centígrados. Había niebla, humedad y un frío insultante, pero nada me sacaba de ese sueño profundo.

Así, como sucede en los sueños, las cosas iban pasando sin saber porqué. Nadie sabía explicar porqué habíamos llegado a la estación de Vacarisses al amanecer si no estaba así programado. Por eso, pies para qué os quiero, se intentaba recuperar el tiempo perdido por un camino serpenteante de piedras y lleno de barro.

Llegado el preludio, habíamos alcanzado Monistrol. Por entonces, la sierra de Montserrat estaba escondida detrás de una neblina intensa. Sin piedad, rematamos el camino mientras los versos del poeta Antonio Machado perdían todo el sentido; por más que anduviéramos, el camino estaba hecho. El momento álgido eran los 400 escalones de altura imposible para unas piernas débiles y pies rotos. Aunque, al mismo tiempo, el último tramo de escaleras anticipaba el fin del sueño, que se rompía con aplausos que repicaban en la cima. Es entonces cuando me he despertado esta tarde. No recuerdo nada más pero os aseguro que lo he soñado porque… ¿por qué iban a querer más de 500 personas caminar 14 horas toda la noche y recorrer 53 kilómetros?

Es curioso, ya es la novena vez que lo sueño.

"Marcha, marcha.
Queremos
marcha, marcha".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Para mí este año ha sido la primera vez que he tenido este sueño tan profundo. Siempre he sido un Montserrat-escéptico, pero confieso que no hay nada comparable a la emoción que se siente cuando llegas a la cima. Y si la sentí yo, que iba en gran parte por compromiso, creo que mucha gente más la siente. Creo que ahora entiendo porqué hay gente que decide sufrir la tortura que representa semejante esfuerzo. Sólo por eso, creo que vale la pena.Alberto

Anónimo dijo...

yo, con ésta son tres años, y aunque me cuesta llegar cuando veo la cima no lo puedo remediar lloro de emoción, es una emoción que no se puede describir, hay que vivirlo. angy

javi dijo...

Vaya, hacéis que entren ganas de vivir ese sueño... será cuestión de empezar a prepararse...