miércoles, 14 de mayo de 2008

Dime que me quieres aunque sea mentira

14.20 horas. Autobús de la línea circular. Subo. Quizás por la hora o porque hoy es víspera de festivo en la capital, no va demasiado lleno. Incluso hay alguna plaza libre. Mi trayecto es corto. Aguardo de pie.

Al entrar, se oye un silencio vacío y, por qué no, también sospechoso. Sólo se oye una voz, que al instante delata la situación: Los pasajeros del autobús escuchan, algunos impertérritos e impasibles otros atónitos, la conversación fuera de tono de una mujer con Henri, que está al otro lado del teléfono móvil. Esa mujer, alta y con traje, con un maletín y cargada de libros, grita, tal vez porque ha perdido la noción del espacio que ocupa.

- No me digas eso, cariño, que yo te quiero.

- Henri, yo te quiero.

- Nadie te da tanto dinero si no te quiere. (Bajando la voz) Que te he dado 40.000 euros...

- ¡Y te lo digo porque me importas, Henri!

- Y me duele que me hagas lo del domingo.

- Pues explícamelo porque yo no lo entendí, y si supieras lo mal que me sentí toda la noche...

- Pero, Henri, no lo dijiste así... No dijiste me voy porque el sábado no hice nada. ¡Así lo hubiera comprendido! Me dijiste me voy porque no quiero estar más a tu lado.

- Eso hace daño. Me hizo muchísimo daño, cielo.

- Porque te quiero. Te quiero, Henri, no me dejes.

Un bebé empieza a llorar fuerte. La abuela le dice al niño mayor que su hermanito llora porque tiene hambre. Ahora hay dos escenarios abiertos. Pero los ojos siguen mirando a la mujer que endulza su voz y se estremece:

- Dime que no me quieres, si puedes.

- (Queriendo expresar enfado) Dime que no me quieres, ¡dímelo!

- Ay, Henri, no me lo digas. No me lo digas...

La mujer, de unos 45 años, que hasta ahora estaba de espaldas a mí, se dispone a bajar del autobús. Le veo la cara. Se le ha caído al suelo el maletín, unos folios y un libro. ¡Oh, Dios! Por esos papeles debe ser abogada, o jueza, o profesora de derecho...

- Cielo, un momento, espérame un segundo, que no puedo con todo... que no puedo...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay! las cosas que vive uno en el transporte público de Madrid...Otras veces ves todo lo contrario, parejas que se comen a besos, abrazos y caricias muy sugerentes delante de un montón de viajeros. Las personas no reparan en los demás y no se cortan un pelo en mostrar lo que sienten con un amigo o con una pareja, por eso a veces resulta una pequeña historia. Yo no es que sea una cotilla, pero observar y escuchar estas historias como la que cuenta Marta me encanta!.

Elena

javi dijo...

Interesante relato, que ganas de leer el próximo!Yo como voy en coche no escucho a nadie decir nada. Bueno, lo que dicen por la radio. JAG

nahuiozomatl dijo...

La última conversación de móvil que cacé en el transporte público era de una oronda veinteañera con piercings por todos lados. Estaba enseñando a su interlocutor/a el orden correcto de los pasos del Chiki-chiki. Lírica en estado puro... (se equivocava, el maikeljanson es el tres y el robocop el cuatro)