lunes, 26 de mayo de 2008

Tu cara también sonríe

Me contaron que lo que más sorprendente en un país como Nicaragua es la sonrisa que te regala un niño a cambio de nada.


Foto: Sofía Valverde

Poema del nicaragüense Francisco Javier Bautista Lara

Sentires de un niño

Ven, acompáñame,
no me digas nada,
come conmigo, parte esto,
no, no importa que no sepas usar los cubiertos,
solo te pido, lávate las manos;
sí, puedes comer con los dedos.
¿Así lo prefieres?
Ten calma, despacio;
te vas a atorar.
Todo el pedazo es tuyo,
al menos este pedazo.

Es cierto, quizás después no tendrás más;
recuerda el sabor de todo y guárdalo,
al menos como una esperanza,
un motivo que también tiene gusto,
que es agradable, es un punto de apoyo,
que alguien quiere compartirlo con vos.

¿Que no te agradan estas fechas?
Dices que las campanitas a veces
suenan con tonos muy tristes;
tienes razón.
No para todos las campanas
suenan lo mismo,
para unos son fúnebres, para otros festivas;
Pero, ¿qué me dices

de las lucecitas intermitentes,
de los arbolitos adornados,
de los vistosos colores?
Todos son ajenos, yo no tengo, no los puedo tocar.

¿Te gusta este carrito de plástico?
no usa baterías, es de fricción,
mira como corre, mira como gira.
Hijo mío, ¿puedo decirte así?

Tus ojos tienen luz.
Tu cara también sonríe.

viernes, 23 de mayo de 2008

Lo que hay en Nada

En 2004, en una escapada a Palma de Mallorca, leí un libro que me envolvió en mi corta estancia en el archipiélago balear: Nada, de Carmen Laforet. Me cautivó y fascinó. A la vuelta a Barcelona, corrí a Internet a leer la vida de la escritora y, al introducir su nombre en un buscador, la noticia más reciente informaba de su fallecimiento en febrero de ese año.

Hace unos días tuve la ocasión de conocer a Agustín Cerezales Laforet, autor de Mi viajera o La paciencia de Juliette e hijo la autora de Nada. Le pregunté, en primer lugar, aquello que -según me precisó él- a su madre le atormentaba. ¿Hay en Nada elementos autobiográficos? Esa pregunta inevitable al lector por la curiosidad de conocer si Carmen vivió los tormentos de Andrea, que se desarrollan en la novela. Carmen Laforet lo negó públicamente. Y, sin embargo, los hay.

"Te voy a contar las claves de lectura de este libro", y en un paseo a lo largo de la calle Serrano, Agustín Cerezales me recordó que en el texto, Andrea, la protagonista, llegó a Barcelona antes de que su tía Angustias (personaje ficticio) pudiera ir a recogerla a la estación, por lo que, sola, tomó "uno de esos viejos coches de caballos" y recorrió "las anchas calles", atravesó "el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora". Se cita entonces, también, "todo estaba como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza".

No obstante, y en paralelo a esa leyenda, Cerezales rescató hace un año una carta que había escrito su madre antes de escribir Nada, la cual relataba su llegada a Barcelona: La tía Angustias (real) la cogió del brazo, la metió en un coche y la llevó al piso de la calle Aribau sin dejarle ver nada de Barcelona en los primeros días.

Mi segunda pregunta fue por qué ese título para la novela. A partir de aquí, antes de seguir con este relato de La maleta roja, recomiendo fervorosamente la lectura de Nada. ¿Por qué decidió llamarla así? En la última página está la respuesta: "Me marchaba [de Barcelona a Madrid] sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo del amor. De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces". Pero hay más, en una lectura pormenorizada, como la que he vuelto a hacer esta semana, descubres que esa palabra es recurrente en todo el libro: Nada... nada. ¡Nada!

Y porque ya no me quedaba mucho tiempo, no le pregunté nada más. Nada más. Pero no hizo falta. Cerezales siguió hablando como si ya nada pudiera detenerle. "Otra clave de la lectura -me explicó- es cuando Andrea se mira al espejo de su tía Angustias y no se reconoce, porque supuso en la realidad un impacto para ella".

Hoy los retazos de conciencia en Nada parecen todo para su familia. Si más no, algo muy especial que Carmen Laforet la escribiera con sólo 22 años. En este orden de cosas, la definición del carácter de Carmen -o de Andrea- podría ser muy otra: "Me gusta la gente con ese átomo de locura que hace que la existencia no sea monótona, aunque sean personas desgraciadas, como tú", le describe su mejor amiga (¿ficticia o real?) que la llevaría de Barcelona a Madrid.

jueves, 22 de mayo de 2008

La fuerza de las palabras

Hace un mes, en la semana que Madrid dedicaba a la cultura catalana, se programó un acto de conmemoración a Mercè Rodoreda, con motivo del centenario del nacimiento de la escritora.

La cantante Ana Belén, sentada en un banco en la mitad del escenario, reavivaba las palabras, los llantos e incluso los pensamientos de Colometa a través de la lectura de un fragmento de la novela La Plaça del Diamant.


La fuerza y la emoción y el sentido de las palabras seguían ahí, dentro de ese libro, un siglo después.

domingo, 18 de mayo de 2008

El somni de Montserrat (versió català)

Ara me n’adono perquè se'm feia tan difícil qualsevol moviment quan he obert els ulls aquest vespre, i la duresa d’aconseguir fer unes passes oscil·lants i sigil·loses des del camí de la meva habitació fins arribar al balcó que mira al mar. Ha estat per aquest somni tan punyent de la nit passada que ens enfilava a tots fins a l’arribada de la muntanya de Montserrat. I anàvem a peu, molt de pressa, sota l’auspici d’aquells que anomenàvem els grocs i que pertanyien al centre excursionista El Cim.

Era un somni exuberant, ombrívol i inconnex, com acostumen a ser els somnis. Primer de tot, hi havia molta llum i veia cares conegudes i d’altres que no, però totes eren somrients i expectants. Però, de sobte, es feia fosc i començava a caure un pluja suau i tendra. Se sentia gent que demanava l’hora cada vint minuts, i sumaven i restaven el temps del rellotge i mai no es conformaven perquè volien que tot passés ràpid, més ràpid. I, com si fos una premonició d’alguna cosa que hagués de passar tot seguit, cridaven que ja es veia l’hotel Don Cándido de lluny, amb lletres vermelles i brillants al fons de la nit.
Amb tot, hi havia un joc de clarobscurs i llums artificials, llanternes estridents que et cegaven la mirada d’un cop, mentre que la lluna en fase creixent, gairebé plena, impactava fins i tot al marxaire més distret. –“483 i 558!”, cridava un groc buscant les persones que duien aquest número d’identificació a la marxa mentre la resta omplia insaciant l’estòmac. –“On són?”, ens preguntàvem encuriosits els altres marxaires. De cop i volta, ens vèiem abocats a aquest caminar excessiu, pujades i baixades, i amenaça de tempesta que, per sort, no ens arribava mai.

A les quatre de la matinada desitjava sortir d’aquest somni. Érem a nou graus centígrads. Hi havia molta boira, humitat i un fred insultant. Però ja estava atrapada i involucrada en aquesta història. No podia deixar-la anar com si res.

I així com succeeix als somnis, les coses anaven passant sense saber ben bé perquè. I ningú no sabia explicar perquè havíem arribat a l’estació de Vacarisses quan ja s’havia fet de dia. Això sí, cames ajudeu-me, veia la gent, arronsada en un camí de pedra enfangat, que anava a corre-cuita com si s’hagués de recuperar el temps perdut. En aquest cas, una hora.

Al preludi, ja hi érem a Monistrol. Aleshores, Montserrat era amagada rera la boira. Sense pietat, vam rematar el camí, mentre els versos del poeta Antonio Machado perdien tot el sentit, doncs el camí ja estava fet. El moment àlgid eren els 400 esgraons –que déu n’hi do qui a més a més de pujar-los els compta com si fos un entreteniment qualsevol. El somni acabava amb l’aplaudiment molt fort que s’escoltava a l’arribada al cim, la meta. Llavors m’he despertat al capvespre. No me’n recordo de res més però de ben segur que tot ha estat un somni perquè… per què voldrien més de 500 persones caminar 14 hores tota la nit i recórrer 53 quilòmetres?

És curiós, ja és la novena vegada que ho somio.

El sueño de Montserrat


Ahora me doy cuenta porque esta tarde al despertarme estaba tan cansada y me costaba tanto moverme con pasos oscilantes y sigilosos en el camino que conduce de mi habitación a la terraza. Ha sido por ese sueño, agudo y tan real, que nos empujaba a todos a lo más alto de la misteriosa montaña de Montserrat. Íbamos caminando deprisa, muy deprisa, bajo el auspicio de aquellos que pertenecían al centro excursionista El Cim y que se hacían llamar los amarillos por el color de las vestimentas que llevaban.

Era un sueño exuberante, sombrío e inconexo, como acostumbran a ser los sueños. Al principio, había rayos de luz solar y veía entre el gentío muchas caras conocidas de antaño y otras que se me escapaban al recuerdo. De repente, oscurecía y comenzaba a caer la lluvia, muy suave. Los caminantes querían saber qué hora era cada veinte minutos, y sumaban y restaban el tiempo a su antojo y nunca se conformaban porque querían que todo pasase más y más rápido.

En la larga noche se abría un juego de claroscuros y luces artificiales, linternas estridentes que te cegaban la mirada de un solo golpe. A su vez, relucía el impacto de una l
una en fase creciente, casi llena. –“¡483 y 558!”, gritaba un amarillo buscando a las personas portadoras de esos números de identificación en la marcha. “-¿Se han perdido?”, nos preguntábamos el resto del grupo mientras llenábamos el insaciante estómago. Y, otra vez, de golpe, nos veíamos abocados a ese caminar excesivo, subidas y bajadas, y amenaza de tormenta que, por suerte, no llegaba nunca.

Eran las cuatro de la madrugada. Estábamos a nueve grados centígrados. Había niebla, humedad y un frío insultante, pero nada me sacaba de ese sueño profundo.

Así, como sucede en los sueños, las cosas iban pasando sin saber porqué. Nadie sabía explicar porqué habíamos llegado a la estación de Vacarisses al amanecer si no estaba así programado. Por eso, pies para qué os quiero, se intentaba recuperar el tiempo perdido por un camino serpenteante de piedras y lleno de barro.

Llegado el preludio, habíamos alcanzado Monistrol. Por entonces, la sierra de Montserrat estaba escondida detrás de una neblina intensa. Sin piedad, rematamos el camino mientras los versos del poeta Antonio Machado perdían todo el sentido; por más que anduviéramos, el camino estaba hecho. El momento álgido eran los 400 escalones de altura imposible para unas piernas débiles y pies rotos. Aunque, al mismo tiempo, el último tramo de escaleras anticipaba el fin del sueño, que se rompía con aplausos que repicaban en la cima. Es entonces cuando me he despertado esta tarde. No recuerdo nada más pero os aseguro que lo he soñado porque… ¿por qué iban a querer más de 500 personas caminar 14 horas toda la noche y recorrer 53 kilómetros?

Es curioso, ya es la novena vez que lo sueño.

"Marcha, marcha.
Queremos
marcha, marcha".

sábado, 17 de mayo de 2008

Muerte en Venecia


Desde la tribuna que tiene un profesor ante sus alumnos, Jordi Llovet, catedrático de Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, lanzaba una pregunta que, de afirmarla internamente, te ridiculizaba. “Venís a las aulas, sois estudiantes, ¿y tenéis la sensación de que seréis jóvenes de por vida?”.

En esencia, la juventud, la belleza y la perfección son los ideales perseguidos por Aschenbach, el protagonista de La Muerte en Venecia, obra del alemán Thomas Mann.

Ayer fui a ver esta ópera en inglés, puesta en escena en el Liceo de Barcelona, con personajes manipulados por sus destinos bajo una luz crepuscular y un fondo oscuro y violento.

Estuve en Venecia en enero de 2008. Tal vez fue el momento en que vi el arco de Rialto desde el vaporetto que te conduce por el Gran Canal cuando me percaté de ese aire mayestático y soberbio que recitaba Aschenbach.

jueves, 15 de mayo de 2008

El otro San Isidro

Cuando llegues a Madrid, chulona mía,
voy a hacerte emperatriz de Lavapiés
y alfombrarte con claveles la Gran Vía
y a bañarte con vinillo de Jerez.


¡Festejos! ¡Hombres y mujeres de Madrid y forasteros -también de Madrid- ataviados de chulapos y chulapas bailan el chotis en La Pradera y... hay concierto en La Latina! Hoy se celebra San Isidro, el patrón de la capital.

Lo he escrito ya en alguna parte, llegué a Madrid este mismo día en 2006. Aquel día no vi ni chulapos, ni chotis, ni claveles, ni tiovivos ni a los Muyayos de raíz. Vi pisos, muchos pisos. Maleta arriba, maleta abajo. Metro de Madrid: desde Pueblo Nuevo a Pacífico pasando por las estaciones que cantó Sabina, Tirso de Molina, Sol, Gran Vía y Tribunal. Aquel día fue desalentador. Cada piso que veía era peor. Aún recuerdo salir de uno en el que pensé que de quedarme una noche, tan sólo una noche, moriría, en el mejor de los casos, de pena.

A tal grado de dificultad en hallar un alojamiento con unas condiciones de salubridad y de vida digna por un precio razonable en piso compartido, decidí probar en un hostal. Anochecía. Algunos ya estaban completos. Para entonces ya sólo me quedaban ganas, parafraseando a una familiar mía, "de tirarme al suelo y decir que me han robao". Por suerte, ésa que en algún momento tenía que hacer acto de presencia, al final del día encontré una habitación en un hostal en Tirso de Molina.

Son las diez. He llegado a casa hace escasos minutos. Suenan fuegos artificiales a lo lejos. De aquéllo han pasado dos años. ¡Ay!

miércoles, 14 de mayo de 2008

Dime que me quieres aunque sea mentira

14.20 horas. Autobús de la línea circular. Subo. Quizás por la hora o porque hoy es víspera de festivo en la capital, no va demasiado lleno. Incluso hay alguna plaza libre. Mi trayecto es corto. Aguardo de pie.

Al entrar, se oye un silencio vacío y, por qué no, también sospechoso. Sólo se oye una voz, que al instante delata la situación: Los pasajeros del autobús escuchan, algunos impertérritos e impasibles otros atónitos, la conversación fuera de tono de una mujer con Henri, que está al otro lado del teléfono móvil. Esa mujer, alta y con traje, con un maletín y cargada de libros, grita, tal vez porque ha perdido la noción del espacio que ocupa.

- No me digas eso, cariño, que yo te quiero.

- Henri, yo te quiero.

- Nadie te da tanto dinero si no te quiere. (Bajando la voz) Que te he dado 40.000 euros...

- ¡Y te lo digo porque me importas, Henri!

- Y me duele que me hagas lo del domingo.

- Pues explícamelo porque yo no lo entendí, y si supieras lo mal que me sentí toda la noche...

- Pero, Henri, no lo dijiste así... No dijiste me voy porque el sábado no hice nada. ¡Así lo hubiera comprendido! Me dijiste me voy porque no quiero estar más a tu lado.

- Eso hace daño. Me hizo muchísimo daño, cielo.

- Porque te quiero. Te quiero, Henri, no me dejes.

Un bebé empieza a llorar fuerte. La abuela le dice al niño mayor que su hermanito llora porque tiene hambre. Ahora hay dos escenarios abiertos. Pero los ojos siguen mirando a la mujer que endulza su voz y se estremece:

- Dime que no me quieres, si puedes.

- (Queriendo expresar enfado) Dime que no me quieres, ¡dímelo!

- Ay, Henri, no me lo digas. No me lo digas...

La mujer, de unos 45 años, que hasta ahora estaba de espaldas a mí, se dispone a bajar del autobús. Le veo la cara. Se le ha caído al suelo el maletín, unos folios y un libro. ¡Oh, Dios! Por esos papeles debe ser abogada, o jueza, o profesora de derecho...

- Cielo, un momento, espérame un segundo, que no puedo con todo... que no puedo...

domingo, 11 de mayo de 2008

Libertad infinita

"Si inclinamos el ocho, este local se conocería como Libertad infinita", ha sentenciado el profesor de los cuenta cuentos en pleno escenario. "Pero hasta la libertad siente la necesidad de sentirse presa alguna vez".

Las palabras salían solas y sin ecos desde la tarima del café de la calle Libertad número 8, bautizado con el mismo nombre y reconocido en España y en América Latina como "una cueva de la canción de autor", en la que Rosana o Pedro Guerra recibirían sus primeros aplausos. Aunque, también, el local sobresale por ser un un refugio de cuenta relatos para adultos, modelo que ha sido copiado por otros países. Y según se ha hecho saber, este café de Madrid es "un sorbo de inspiración para los humanistas de todo el mundo".

Esta cueva, sorbo o refugio, y en definitiva, apacible lugar de encuentro, la he descubierto hoy rodeada de un grupo de jóvenes motivados por escuchar nuevas historias contadas por sus propios autores, que han dado vida a personajes inspirados de lo real, fantasmas asmáticos y príncipes que se convierten en rana para consagrar su amor por otro anfibio.

De las nueve historias contadas por alumnos privilegiados de una imaginación apabullante y excesiva, merece especial mención la de Lía, de nombre completo Rosalía Madrigal Moreno. La cuenta cuento del título "Blues de mayo" ha logrado desde la primera línea contener su historia: "Os voy a contar la historia de cómo conocí, quise profundamente y perdí a un hombre", hasta llegar a un impacto sepulcral. Y todo para recordar una frase de la cantante María Salgado: "Una vida más tarde comprenderemos que la vida perdimos sólo por miedo".

El acto, que se había iniciado con la metáfora de que hay que romper el hielo más a menudo antes de que la oportunidad deje de ser oportunidad, puso fin con una escena en la que todos los oyentes participaban lanzando globos como deseos por las anchuras de la Libertad 8.

Y con este relato inicio mi blog. Bienvenidos.