En 2004, en una escapada a Palma de Mallorca, leí un libro que me envolvió en mi corta estancia en el archipiélago balear:
Nada, de Carmen Laforet. Me cautivó y fascinó. A la vuelta a Barcelona, corrí a Internet a leer la vida de la escritora y, al introducir su nombre en un buscador, la noticia más reciente informaba de su fallecimiento en febrero de ese año.
Hace unos días tuve la ocasión de conocer a Agustín Cerezales Laforet, autor de
Mi viajera o
La paciencia de Juliette e hijo la autora de
Nada. Le pregunté, en primer lugar, aquello que -según me precisó él- a su madre le atormentaba. ¿Hay en
Nada elementos autobiográficos? Esa pregunta inevitable al lector por la curiosidad de conocer si Carmen vivió los tormentos de Andrea, que se desarrollan en la novela. Carmen Laforet lo negó públicamente. Y, sin embargo, los hay.
"Te voy a contar las claves de lectura de este libro", y en un paseo a lo largo de la calle Serrano, Agustín Cerezales me recordó que en el texto, Andrea, la protagonista, llegó a Barcelona antes de que su tía Angustias (personaje ficticio) pudiera ir a recogerla a la estación, por lo que, sola, tomó "uno de esos viejos coches de caballos" y recorrió "las anchas calles", atravesó "el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora". Se cita entonces, también, "todo estaba como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza".
No obstante, y en paralelo a esa leyenda, Cerezales rescató hace un año una carta que había escrito su madre antes de escribir
Nada, la cual relataba su llegada a Barcelona: La tía Angustias (real) la cogió del brazo, la metió en un coche y la llevó al piso de la calle Aribau sin dejarle ver
nada de Barcelona en los primeros días.
Mi segunda pregunta fue por qué ese título para la novela. A partir de aquí, antes de seguir con este relato de
La maleta roja, recomiendo fervorosamente la lectura de
Nada. ¿Por qué decidió llamarla así? En la última página está la respuesta: "Me marchaba [de Barcelona a Madrid] sin haber conocido
nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo del amor. De la casa de la calle Aribau no me llevaba
nada. Al menos, así creía yo entonces". Pero hay más, en una lectura pormenorizada, como la que he vuelto a hacer esta semana, descubres que esa palabra es recurrente en todo el libro: Nada... nada. ¡Nada!
Y porque ya no me quedaba mucho tiempo, no le pregunté nada más.
Nada más. Pero no hizo falta. Cerezales siguió hablando como si ya
nada pudiera detenerle. "Otra clave de la lectura -me explicó- es cuando Andrea se mira al espejo de su tía Angustias y no se reconoce, porque supuso en la realidad un impacto para ella".
Hoy los retazos de conciencia en
Nada parecen todo para su familia. Si más no, algo muy especial que Carmen Laforet la escribiera con sólo 22 años. En este orden de cosas, la definición del carácter de Carmen -o de Andrea- podría ser muy otra: "Me gusta la gente con ese átomo de locura que hace que la existencia no sea monótona, aunque sean personas desgraciadas, como tú", le describe su mejor amiga (¿ficticia o real?) que la llevaría de Barcelona a Madrid.