miércoles, 8 de octubre de 2008

Trazar la línea

Cuando tenía 10 años me pidieron un escrito sobre la tolerancia. Aún lo recuerdo. "¿Qué es eso de la tolerancia?", pensé. Aquello era más difícil que explicar qué había hecho durante las vacaciones o, en otro ejemplo, cuál era el hábitat natural de las especies en peligro de extinción.

El nuevo tema parecía un tanto más profundo. La palabra, más allá de su sonoridad, que me gustaba, no tenía más eco en mí. Acudí a un diccionario, de esos que tienes de VOX o Barcanova, obligatorios durante la enseñanza básica. Tolerar, decía, es respetar las ideas y creencias de los demás, aunque sean contrarias a las propias. Empecé a preguntarme si yo era o no tolerante. Si los que me rodeaban lo eran. Si los que salían por televisión, los que cantaban la música que más me gustaba o si los que jugaban al fútbol con camiseta azulgrana, lo eran. Dudaba si en un caso concreto uno aceptaba cierta situación sin más o era tolerante. ¿Cuál era la diferencia? ¿Cuál era el antónimo de aquel vocablo? ¿Hasta qué punto se podía ser tolerante?

El verbo en inglés to draw the line lo expresa mucho mejor: marcar la línea. Allí donde la dibujamos ponemos el límite y da como resultado nuestro nivel de tolerancia.

No recuerdo qué escribí entonces. Que hay que resistir lo que nos es hostil, o soportarlo, tal vez. Admitir las diferencias. Ser pacientes... Pero lo que sí sé es que aquello me hizo reflexionar, y aprendí que en cada momento más o menos complicado había que tenerla en cuenta. Que la tolerancia es más que una palabra. Es una necesidad mundial.

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