jueves, 26 de junio de 2008

Me miro pero no me veo

Hasta hace cien años, el 99 por ciento de los seres humanos desconocían su aspecto físico visto desde el otro lado. Era así: no había espejos. A finales del siglo XIX, en las aldeas, sólo los barberos poseían un verdadero espejo y reservado al uso masculino. Y en los campos, los desconocían totalmente.

Como Narciso en la fuente, la percepción de la identidad corporal se obtenía, como mucho, en las aguas de un río.

¿Cómo entender hoy aquella realidad en un presente gobernado por la imagen? ¿Qué cambios ha supuesto en la forma de ser de las personas? ¿Por qué no tenerlo en cuenta en la vida y circunstancias de personajes históricos? ¿Cuál es el uso que se da actualmente al espejo? ¿Cuántas veces nos miramos en él cada día y cuál sería la necesidad justa de hacerlo?

2 comentarios:

La Gata Ciempiés dijo...

¡Hola!

¿Qué tal todo por ahí?
Sólo un apunte: la gente no se veía sólo en las aguas de los ríos, también en los critales pulidos (p.ej., los soldados se afeitaban mirándose en el escudo). Además, digo yo que algo más de un 1% de la población debía tener espejo (al fin y al cabo es un invento de hace algunos siglos), aunque sólo fuera por los ricos comerciantes, altos mandos militares, nobles, hombres de negocios y parte del clero, ¿no? Todos ellos debían de tener espejos.

De todas formas, sí, tienes razón. Desde luego debía ser completamente diferente a lo de ahora... seguro que no se podían imaginar a dónde llegaríamos.

La Gata Ciempiés dijo...

Por cierto,¡pásate por mi blog, mujer!, que hace mucho que no me dices nada... :_(